Los seres humanos tenemos incorporado una especie de cerebro emocional que nos hace reaccionar como animales instintivos. ¿Te suena? La teoría del cerebro reptiliano sigue vigente a día de hoy, a pesar de que las evidencias en contra son cada vez más abrumadoras.
La doctora en psicología Lisa Feldman Barrett ha dedicado gran parte de su vida académica al estudio de las emociones. En una de sus investigaciones más célebres, Barrett y Russell (2014) mapearon miles de expresiones faciales y analizaron el cerebro de centenares de estudiantes para comprender qué son y cómo actúan realmente las emociones en nuestro organismo.
Una de las conclusiones del estudio de Barrett y Russell (2014) puede resumirse en la siguiente frase: las emociones no vienen incorporadas de serie, las construimos nosotros. ¿Qué significa esto? Pues, básicamente, que no nacemos con “circuitos emocionales” que preconfiguran nuestra capacidad para sentir miedo, asco, alegría o tristeza. Las emociones se crean in situ, son meras interpretaciones en tiempo real que emergen del poder predictivo de nuestro cerebro.
El verdadero cometido de este cúmulo de células nerviosas y ácidos grasos de apenas kilo y medio que constituye nuestro cerebro es hacer predicciones y corregirlas en un bucle de retroalimentación negativa. Nuestro cerebro no reacciona al entorno, sino que construye una narrativa de lo que es real basándose en experiencias pasadas. Lanza una predicción, genera un modelo interno de la realidad y después lo corrige basándose en los inputs que recibe de las vías sensoriales (el gusto, el olfato, la vista, la propiocepción, etc.). El resultado final puede ser una experiencia emocional, un pensamiento o cualquier otro tipo de conducta manifiesta o encubierta.
Cuando vemos sonreír a nuestra pareja solemos interpretar que esa sonrisa denota alegría, pero no porque seamos capaces de detectar sus emociones o porque las expresiones faciales sean universales e innatas; muy al contrario, lo que realmente sucede es que nuestro cerebro, a través de un análisis predictivo con base en experiencias pasadas y contextos similares, concluye que lo más probable es que la sonrisa de nuestra pareja denote alegría. Un mecanismo simple, eficaz y adaptativo que nos ha sido útil a lo largo de nuestra historia evolutiva como especie.
Otra de las conclusiones del estudio de Barrett y Russell (2014) y, quizás, la más sorprendente y trascendental de todas, es que los seres humanos tenemos más control sobre nuestras emociones de lo que creemos. No es cierto que seamos esclavos de una estructura ancestral de nuestro cerebro que, en ocasiones, nos obliga a actuar de forma impulsiva, inconsciente y temeraria. La confirmación de que el cerebro predice y construye, momento a momento, todas y cada una nuestras experiencias emocionales tiene unas repercusiones enormes en nuestro día a día, ya que esto significa que somos verdaderamente responsables de modelar las acciones del presente para determinar las predicciones que nuestro cerebro hará en el futuro.
Lo que Barrett ha logrado con su investigación es trasladar a la comunidad científica y a la sociedad en general la idea de un nuevo concepto de responsabilidad afectiva; esto es, el modo en que nos hacemos cargo de nuestras acciones y su influencia en los demás.